24/6/18

Muerte de una gata


Sólo consigo recordarla enferma,
yaciendo exhausta sobre el suelo de la
cocina, manchada con sus propios
excrementos, por no haber tenido
fuerzas para entrar en el cajón de arena.
Ella, que siempre había sido tan aseada.

Sólo consigo recordarla ajada,
enflaquecida, mate, deshidratada,
gimiente y rendida, sin fuerzas ya
para nada, ni para quejarse ni para,
siquiera, mover una pata.
Ella, que había sido tan viva.

Sólo consigo recordarla muerta,
colgando inerte, la mirada vidriada,
de la mano del veterinario que la alzó.
Por la nariz goteaba el fluido transparente
-y rosa- que sus pulmones encharcaba.
Es todo lo que recuerdo. Más, nada.

No logro recordar al cachorro que fue,
ni logro recordarla en su plenitud,
cuando era orgullosa y sultana.
Esa parece que sea otra gata.
Sólo veo ese guiñapo terminal
en que, ay, se convirtió al final

Me pregunto si también será así contigo,
si no podré recordarte como ahora,
en tu esplendor, mundana, tersa, lozana,
sino consumida, encogida y entubada,
gimiendo por el dolor, sobre una cama
con olor a desinfectante y meada.

Pero así será como te recordaré,
así, mi amor, serás recordada.
Y así también seré recordado yo.
Pues sólo los que mueren jóvenes y aún bellos
pueden disfrutar del privilegio
de serlo para siempre en el recuerdo.