23/11/17

Balada de la ciudad que fue

Desaparecieron
las adoquinadas calles de mi infancia,
sus fanales de luz amarilla,
sus pequeñas tiendas umbrías,
sus bares de radio y dominó, salas de estar del barrio;
sus limpiabotas, sus serenos,
sus niños jugando a la pelota
junto a la fuente de agua.
Ahora,
una baba negra de asfalto cubre los adoquines,
una luz azul de neón hiela los escaparates y los bares,
y el mercado de abastos ya no huele a fruta y a pescado;
ahora es un supermercado
de productos Nestlé y Monsanto retractilados en plástico.
Y ya no hay cines, ni librerías, ni castañeras, ni kioscos,
ni zapateros remendones, ni talleres de reparación de radios.
Desaparecieron las prostitutas de Las Ramblas,
las pajarerías también han cerrado,
las castañeras sudan en manga corta,
en los balcones ya no hay geranios,
ni sábanas secándose al sol en los terrados.
Y los vasos de cristal ahora son de cartón,
o de papel, o de plástico,
y los que siempre fueron mis vecinos se han mudado,
ahuyentados por alquileres demasiado caros.
Esta ya no es mi calle, ni mi ciudad, ni mi barrio;
mi ciudad ya sólo existe en el pasado.
Esto sólo es un decorado
donde los turistas abrevan, defecan y se toman fotos
entre franquicias de comida rápida
y tiendas de souvenirs o de helados,
y los especuladores se frotan las manos,
contentos por las posibilidades del negocio 
de vender pedazos de la carcasa
del cadáver de  nuestro pasado enterrado.

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