5/11/15

Centro comercial

El infierno huele a cerveza barata, a aceite de palma
donde se han freído demasiadas palomitas rancias,
a desinfectante industrial, a colonia, a sobaco y a colorante alimentario.
En el infierno los demonios sudan vestidos de tergal, y los condenados
se pasean en rebaños, maqueados
con bermudas, chanclas, sandalias, camisas hawaianas,
gorras de visera, inevitables camisetas
estampadas con estúpidas gracietas;
luciendo adiposidades tatuadas, imaginativos peinados,
pulseras de plástico, anillos de alpaca, cadenitas  y cruces de plata,
individualizados pero adocenados, empapuzados
de sacarina con soda, bocadillos de sebo, gominolas y helados.
El infierno está adornado con mármol impostado, plantas de plástico y
tubos de aluminio cromado.
El infierno está lleno de escaparates exageradamente iluminados,
atiborrados
de refulgentes ornatos, inútiles juguetes caros,
vanos caprichos tecnológicos de brillo dorado, de brillo perlado,
de intenso lustre anaranjado.
Al infierno se desciende por escaleras mecánicas.
Del infierno no se sale nunca, es un espacio cerrado,
una catedral sin ventanas, un pequeño universo ensimismado.
El infierno son los otros, como dijo Juan Pablo,
pero estás fatalmente condenado a él. Acaban
de construir uno cerca de tu barrio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario